Lucía, una niña de ocho años, fue ingresada en la Casa Cuna de Mikomiseng, ciudad de la entonces Guinea Española, por orden del médico y colono Víctor Martínez. La orden de incorporación de la menor a la entidad dirigida por las monjas de la Inmaculada Concepción se produjo en el apogeo del colonialismo español en tierras de la etnia fang. Gracias a la Casa Cuna se formó, entre otras materias, en la lectura, la escritura y la estricta imitación a la Virgen María.

Sin embargo, la precipitada llegada del régimen autonómico y de la independencia provocaron el cierre de la institución y el regreso de la muchacha con su familia. Desde entonces, tuvo que sobrevivir como mujer formada en un Estado incipiente, Guinea Ecuatorial, cuya élite dirigente y sociedad habían decidido regresar al pasado de la África originaria y precolonial, borrando cualquier indicio de la cultura occidental.

La hija de las mitangan representa un gran esfuerzo y un gran paso hacia nuestra libertad. Esta historia ofrece posibilidades y oportunidades para seguir abriendo puertas y para seguir construyendo puentes. En mi caso, esta historia me inspira a levantarme cada mañana y pensar en las maneras en las que yo puedo participar en nuestra lucha a favor de la visibilización. Pienso en las mujeres y en todas las personas que conozco, y en las ocasiones que se presentan para conocer migraciones, relaciones y supervivencias pasadas. Aún queda mucho por hacer. Lo sigo diciendo. ¿Qué sabemos de la Guinea diversa y los colectivos de LGBTIQ+ de la época de la señora Lucía, de cuando ella crecía sumergida en contextos arraigados en tradiciones, patriarcados y movimientos independentistas?

La hija de las mitangan es un regalo. Una poeta me dijo una vez que nuestras habilidades son nuestras ofrendas para la humanidad. Las ventajas de llegar a conocer la historia de la señora Lucía son muchas, casi innumerables. Con esta lectura, conoceremos y valoraremos los esfuerzos de nuestras madres y nuestras hermanas para regresar a un pasado no contado y compartirlo. Esta creación tan necesaria introduce la conexión. No importa nuestro lugar de residencia ni la edad que tengamos, el interés por esta lucha, por esta investigación e indagación histórica, nos une. Reflexionar la complejidad de nuestros orígenes nos enriquece y nos enseña lecciones sobre quiénes somos y nuestras herencias. El saber nos empodera, nos otorga alguna sabiduría y nos hace más fuertes para seguir con nuestras vidas presentes. No nos quedamos con los brazos cruzados. Luchamos y colaboramos colectivamente. De esta forma, nos dirigimos hacia el futuro de nuestra libertad.

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